Ficha

Quid fortius amat homo quam veritatem? escribió San Agustín. ¿A qué ama el hombre más que a la verdad? En su caso, así fue sin duda. Pero la lapidaria frase bien puede tomarse como el emblema que simboliza lo más profundo y esencial de la cultura occidental. Si ésta fue siempre luz para las demás culturas, ha sido justamente porque el amor a la verdad fue el rasgo distintivo de Occidente a lo largo de su historia. Esa luz constituye el mayor regalo que Occidente ha hecho al resto de la humanidad. Si buscamos una escena histórica que refleje la contribución de Occidente al progreso de la entera humanidad, quizá la mejor sea la de Hernán Cortés destruyendo los altares en que los aztecas hacían sus espantosos sacrificios humanos. Lamentamos la violencia, pero no más que lamentamos la violencia del bisturí del cirujano, que extirpa un tumor maligno y devuelve la salud. Los creyentes del multiculturalismo se rasgarán las vestiduras. Según ellos, todas las culturas merecen el mismo respeto, todas son expresiones de la misma humanidad. Ponen al mismo nivel los sacrificios humanos de los aztecas que la democracia de los atenienses del siglo de Pericles. Sin embargo, el multiculturalismo, como la ideología de género o la misericordia sin justicia previa, no son más que deletéreos subproductos del pensamiento débil, el cáncer que corroe la entraña de la cultura occidental. Lo menos que cabe decir sobre el pensamiento débil es que detrás de él no está el amor a la verdad, sino el amor al dinero y al poder. Lutero, Marx, y otros como ellos, fueron grandes traidores al valor de la verdad. Pero no hicieron tanto daño como las actuales patrañas del pensamiento débil. Este baboso y extenso movimiento no cuenta con figuras intelectuales de primera magnitud, pero dispone del oscuro y abundante dinero que financia a millares de escritores a sueldo, y controla la mayoría de las televisiones y demás mass media del mundo entero. Si queremos que Occidente se levante de sus cenizas, amemos la verdad por encima de todo, como San Agustín. O al menos, más que al dinero de los actuales y poderosos hijos de Mammón. Aunque hoy día el amor a la verdad empieza por el amor a la lógica.